
tructor efecto1 sobre el subsiguiente estado de paz.
La difusión de la fama de Clausewitz debió
mucho al hecho de que—y esto fué fatal para la
Humanidad—uno de sus discípulso, M oltke, se
convirtió en el director de las triunfantes campa
ñas prusianas de 1866 y 1870; ocasiones en que
la victoria se obtuvo rápidamente y la paz no se
hizo muy difícil. Esa doctrina, aceptada sin com
prenderla, influyó mucho en los orígenes y la
índole de la primera Guerra M undial. De ésta
condujo, muy lógicamente, a la segunda, que—aho
ra puede verse—fué la natural secuela de las
condiciones económicas y psicológicas producidas
por e l primer conflicto.
Otro factor fatal, estrechamente unido a los tra
bajos de Clausewitz, fué la perpetuación del re
clutamiento obligatorio. La ley del ejército pru
siano, adoptada poco después de la caída de N a
poleón, se basaba en la norma de reclutamiento
de todos los hombres de diecisiete a cincuenta
años. Aunque el sistema no tuvo plena aplica
ción en la práctica, quedó para lo sucesivo es
tablecido como principio.
El crecim iento del sistema se alimentó con las
experiencias de la guerra civil norteamericana,
donde ambos bandos recurrieron al alistamiento
forzoso. Luego, en 1870, vino la victoria de las
tropas prusianas, de corto servicio, sobre las tro
pas francesas, de largo servicio, donde el reclu
tamiento forzoso no se había introducido sino muy
recientemente, y eso en forma parcial, com o m e
dida complementaria. Ese obvio contraste echó
más peso en la decisión del mundo que todos
los demás factores que inclinaban la balanza con
tra Francia.
La transición se realizó parte en el transcur
so y parte como consecuencia de la siguiente
Gran Guerra, la de 1914-1918. Aquí, la maquina
ria de m ovilización de las masas de reclutas de
mostró ser un factor fatal en apresurar el con
flicto, ya que el dramático llamamiento de los
hombres de las diversas naciones, arrancándoles
de sus trabajos civiles, produjo un estado de ex
citación y perturbación que perjudicó los esfuer
zos diplom áticos para evitar la contienda. Como re
calcaba el Canciller alemán—con mayor y más
profunda verdad de lo que él mismo creía— , «la
movilización significa inevitablemente la guerra».
G na vez que estalló el conflicto, fué mostrando las
características anunciadas por el rumbo de ideas
del siglo anterior, y poodujo en las normas de
la conducta civilizada una degeneración que en
muchos aspectos fué peor que la marcada por las
guerras revolucionario-napoleónicas.
Un importante mojón de esta «gran degenera
ción» surgía cincuenta años antes de 1914, en la
guerra civil americana. Este conflicto fué, en m u
chos aspectos, el prototipo de la moderna «gue
rra total». La devastación de Georgia por Sher
man y del valle de Shenandoah por Sheridan se
encaminaban a minar la resistencia de Los ejér
citos confederados mediante la destrucción de sus
hogares, así como de sus fuentes de suministro.
Estas operaciones «anticiviles» resultaron ser más
eficaces que la devastación que Marlborough pro
dujo en Baviera, pues fueron decisivas en pro
ducir el colapso la Confederación.
La guerra francoalemana de 1870-1871 se ca
racterizó por varios bombardeos terrestres de ciu
dades, no meramente de los fuertes que las de
fendían.
Otro escalón hacia la inhumanidad fué el re
presentado por la guerra sudafricana. En aque
lla ocasión, la captura de las capitales de las dos
repúldicas boers no consiguió poner fin a la
guerra, como se esperaba, a causa principalmen-
te\ de la petición británica de que tendrían que
rendir su independencia. Tal demanda se desvia
ba de lo habitual en conflictos entre naciones
■de origen europeo, y su totalidad de objetivo pue
de considerarse como la inauguración de la «gue
rra total». Los boers recurrieron entonces a la
-guerra de guerrillas. Después de intentar en vano
durante varios meses sentarles la mano por los
procedim ientos habituales, Kitchener adoptó el
plan de asolar el país, quemando las granjas de
los boers y llevándose a sus mujeres e hijos a
campos de concentración, donde, según cálculos,
perecieron 25.000. Esto dejó una herencia de
amarguras que el posterior trato generoso que se
dió a los vencidos no consiguió borrar del todo.
El declive de la conducta civilizada se hizo
más marcado durante el conflicto mundial de
1914-18. Hubo un atroz aumento dé brutalidad
para con heridos y prisioneros; cuentos muy exa
gerados de «salvajadas» produjeron, a su vez, una
tendencia a no dar cuartel ; los saqueos se hi
cieron rabiosos; edificios históricos y otros te
soros de la civilización quedaban expuestos a la
destrucción, a la más ligera demanda de nece
sidad m ilitar; y las normas de guerra ideadas
para proteger a la población civil fueron tosca
mente violadas en muchos sentidos. La propa
ganda «de odio» multiplicó lodos esos m ales.
En el decenio anterior a la guerra, la Prensa
popular había desarrollado creciente tendencia a
satisfacer el apetito del público por lo sensacio
nal, y ahora, en época de guerra, se aplicaba
esa técnica para azuzar las pasiones. El proceso
llegó a los lím ites del absurdo cuando el «pa-
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triotismo» impuso el 'destierro de la literatura
y la música de países «enemigos». Nada ilustra
más claramente la degeneración de la civiliza
ción que comparar estas modernas perversiones
con la actitud que prevalecía inclusive en las
guerras napoleónicas ; por ejem plo, las cortesías
que se cambiaban entre los ejércitos, la medida
de libertad y simpatía otorgadas a los prisione
ros y el modo en que arles y ciencias eran con
sideradas como «por encima tie las batallas». En
lo más enconado de aquella encarnizada lucha
se permitió a hombres de ciencia ingleses viajar
libremente por el continente, siendo hospitala
riamente recibidos por sus colegas franceses.
Más influencias a favor del mal se originaron
con la aparición de nuevas armas que no enca
jaban en el antiguo código guerrero y tendían
así a producir en éste nuevas grietas. Ejemplos :
el submarino y los gases asfixiantes.
Pero más daños a la civilización y a las pers
pectivas futuras produjeron los adversarios de A le
mania con su modo de entender y practicar con
menor comprensión todavía que ese país—la teo
ría de guerra ilimitada que a ella extravió. Esto
quedó patente, sobre todo, al dar a la práctica
del bloqueo una extensión sin lím ites y al pro
clamar como objetivo de guerra la absoluta des
trucción del poderío alemán.
El ilimitado «bloqueo de inanición» resultó fac
tor decisivo en el colapso de Alemania y Aus
tria. Pero fué esencialmente un método inhuma
no de guerra, ya que a quienes hacía el máximo
daño era a los no combatientes, especialm ente a
los débiles y ancianos, y trabajaba por minar la
resistencia de los ejércitos adversarios infligien
do la miseria a sus familias. De este m odo, se
reprodujeron en mayor escala los métodos de
Sherman y Sheridan en la guerra civil norteameri
cana y de K itchener en la guerra boer. «Los m e
dios estaban justificados por el fin», en el inmedia
to sentido práctico de lograr el objetivo bélico,
pero no en el más grande sentido del objetivo de
paz. No sólo quedó em pobrecido, sino envene
nado el suelo en el que bahía de replantarse
la paz.
ÿ ÿ ÿ
El crecimiento de la guerra aérea ba sido te
rrorífico, lo mismo que la brutal desconsidera
ción por todo factor humano' en los bombardeos
desde el aire. Esto ba producido un área de de
vastaciones—y en ciertas partes, una degradación
de las condiciones de vida—que no se conocían
desde el final de la Guerra de los Treinta Años.
Refiriéndonos a las operaciones aéreas alema
nas durante las primeras fases de la guerra, cuan
do los germanos gozaban de gran superioridad de
fuerza de bombardeo, bay que reconocer que se
atuvieron estrictamente a las condiciones de su
teoría y de su propuesta de anteguerra. El bom
bardeo de Varsòvia y Rotterdam horrorizó al mun
do (que más tarde había de habituarse a tales
matanzas aéreas) ; pero esa acción no se efectuó
hasta que las tropas germanas se abrían paso, lu
chando, al interior de estas ciudades, lo cual con
cordaba con las antiguas normas de bombardeo de
plaza sitiada, así como con la definición de 1935-36.
La desviación alemana de este código difícil
mente podría fecharse antes de septiembre de 1940,
cuando se desencadenó el bombardeo nocturno de
Londres, a continuación de seis sucesivos ataques
contra Berlín durante los quince días anteriores.
Así, pues, los alemanes estaban estrictamente jus
tificados al describir su bombardeo como repre
salia, sobre todo teniendo en cuenta que ellos ha
bían anunciado (antes de nuestro sexto ataque a
Berlín) que emprenderían tal acción si nosotros
no interrumpíamos nuestros bombardeos noctur
nos de la capital germana. Además, hay que con
fesar también que, pese a su abrumadora supe
rioridad de bombarderos, fueron ellos quienes to
maron la iniciativa pocas semanas después para
proponer un acuerdo mutuo que pusiera lím ites
a tales bombardeos urbanos. Y, además, en varias
ocasiones interrumpieron sus ataques en cuanto ob
servaban una pausa en las incursiones inglesas
(mucho m enos dañinas), demostrando así su de
seo de una tregua en aquella competición de bom
bardeos. Estas tendencias hacen resaltar, no el
«humanitarismo» alemán, sino su realismo a largo
plazo. Esto está de acuerdo con lo que la Histo
ria nos enseña de que una potencia agresiva cal
culadora suele medir más las consecuencias de no
hacer caso de restricciones que las naciones que
han de afrontar la agresión. Esa tendencia calcu
ladora está de acuerdo con el proverbio que reza :
«Un ladrón no asesina si no se ve acorralado.»
Saquen provecho de esta enseñanza los serenos
adversarios de la agresión.
En la última guerra, por contraste, se desarro
lló en Gran Bretaña enorme presión de la opinión
técnica y pública favorable a prescindir de las
tácitas restricciones de bombardeo que se obser
varon por ambos bandos beligerantes durante los
primeros m eses. Existía un ávido deseo de hallar
una disculpa, o inclusive de provocar una ocasión,
para poner a prueba la teoría aérea inglesa de
destruir las fuentes de producción bélica del ad
versario. El esfuerzo se inició casi inmediatamen-
-Y- '
te después que la ofensiva del ejército alemán en
el Oeste comenzara en mayo de 1940, y fué con
tinuado y ampliado tras el colapso de Francia.
El modo como se describió—«plan maestro»
(«master plan»)—expresaba los cálculos absurda
mente optimistas de quienes lo concibieron. V is
ta la pequeña escala de las fuerzas bombarderas
británicas, era, en verdad, algo así como tirar
guijarros para provocar al enemigo a replicar con
peñascos. Su principal resultado fué apresurar el
«blitz» sobre las propias ciudades inglesas, con
daños desproporcionadamente mayores en su pro
ducción bélica. Dadas las circunstancias del mo
mento, no podía representar cosa m ejor que una
forma de suicidio lento, del que tuvo la fortuna
de salvarse gracias a la decisión de Hitler de in
vadir Rusia, en vez de concentrar los recursos de
Alemania para crear una fuerza bombardera su
ficiente para liquidar a Gran Bretaña. Aquel cam
bio de dirección del esfuerzo germano proporcio
nó a Gran Bretaña el respiro que necesitaba para
ampliar su propia fuerza de bombarderos de di
mensiones superiores. Así y todo, las sucesivas
previsiones de su decisivo efecto en quebrantar
la producción bélica alemana fueron otras tantas
veces desmentidas por los hechos, aunque el to
nelaje de bombas se m ultiplicaba año tras año y
aunque los bombardeos de precisión se abando
naron a favor del aplastamiento al por mayor de
ciudades, mediante altos explosivos y cuerpos in
cendiarios.
Si bien esa estrategia de devastación desde el
aire quedaba dentro de las directrices naturales
derivadas de la estrategia tradicional británica,
acarreó un peligro mucho mayor a la civilización
por cuya defensa luchaba. La estrategia de tipo
naval que Inglaterra había practicado durante los
conflictos armados de los siglos XVI, xvn y xvm
era inherentemente más «bárbara» que la estrate-,
già de tipo militar habitual en Clausewitz y en >
el continente, porque buscaba subyugar la vo- •
Imitad de la nación oponente infligiendo daños
a sus m edios de vida, más bien que venciendo a
sus ejércitos. Así, en cierto sentido, apuntuha más
directamente contra la comunidad civil. Al m is
mo tiem po, su efecto se modificaba de dos mane
ras importantes : la primera la constituían las
naturales limitaciones de la presión naval, com
parada con el omnímodo alcance de la potencia
destructiva de la aviación ; la segunda era la pru
dencia de los fines bélicos de Gran Bretaña, EK&.. « • -.,.v¡5»y
solía prestarse gustosamente a aceptar una base ■ ó' .'
de paz negociada cuando el enemigo se había ean-vrf
sado de la guerra. Excepto en el conflicto coíjtrá '
Napoleón, Inglaterra no prosiguió la lucha hasta
el fin, fin que tiene muchas probabilidades de
representar no solamente el agotamiento de las
fuerzas oponentes, sino el mutuo agotamiento de
la facultad de reconstruir la paz. Inclusive ; en
la guerra contra Napoleón, los estadistas brit'á-.
nicos cuidaron de asegurar que los términos uè;,
paz con el pueblo francés fuesen lo bastante
moderados para prometer una paz duradera. : A
Es la combinación de un ob jetivo ilimitado <1 <m j) ;. ■ ;,
un método ilimitado (la adopción de petición dé'jr- -
rendirse incondicionalmente, junto con una ostra- .
tegia de bloqueo total y devastaciones por bombar
deo), lo que en esta guerra última ha producido
inevitablem ente un hondo peligro para los rimien,;..^*: -;y
tos relativamente superficiales de la vida civiliza- .
da. Sus amargos frutos ya están cosechándose en:
los países que han sufrido este proceso de libeiraL„
ción por la devastación. Todavía están por Ver)*,' ‘ ) :.
1 os resultados que para Europa tendrá el redil- 1
cir a Alemania tan terrible estado, comparabléW^je
inclusive al que se produjo con la Guerra de lojá?' v
Treinta Años.
En las circunstancias de esta pasada guerra
era difícil evitar el llevar esos medios hasta;
extremo, si considerábamos como nuestro pro
sito la rendición incondicional de las potencia:
adversarias. Pero eso no altera el hecho de qítL^-a;
esta política implicó el paradójico rumbo de b u siîë*
car la conservación de la civilización europc:
mediante la práctica de los más incivilizados mé
dios de hacer la guerra que el mundo haya co’
nocido desde las devastaciones mogolas.
EI futuro será modelado por el pasado. La m e:
jor promesa para el futuro estriba en el entéB»,
dimiento y en la aplicación de las lecciones’ dèi
pasado. Por tal razón, al tratar de los proble
mas creados por la última guerra, se obtendrá
mayor claridad examinando en conjunto la evolu
ción de la revolución bélica que fijándose sola
mente en las apariencias del momento. Si llega^
mos a comprender cómo se forjaron las condici
nes de esta guerra, se tendrán mayores posibi
lidades de evitar otra aún más mortífera. '
El problema, como una moneda, tiene do
dos : la «cara» es la evitación de la guerra ;í
«cruz» es la limitación de la misma. Si la experim -
cia nos ha enseñado algo, debemos comprender
ahora los peligros de concentrar nuestros esfuer
zos únicamente en una política perfeccionista de
evitar la guerra, mientras se descuida la neéçsi’
dad práctica, si tal política fracasa, de limitar lá;
guerra, de forma que no se destruyan la:
peclivas de la paz subsiguiente. Porque ninguna
nación va a la guerra, ofensiva o defensiva, sin
el convencim iento de que, a su término, se ob
tendrán mejores condiciones de paz. Que estas
esperanzas raramente se cumplan es debido a la
ignorancia y a las pasiones desatadas, y estas
condiciones fatales se darán más acentuadas en
aquella parte que fuese obligada a ir a una gue
rra de autodefensa. Son las naciones pacíficas,
por encima de todo, las que necesitan aprender
que la moderación en la guerra es la m ejor garan
tía para la paz posterior-
Aunqúe la violencia estimula la violencia, pue
de actuar también como antídoto de aquélla. La
experiencia lo ha demostrado así. Hoy, el hecho
de que el mundo baya sufrido gravemente por
la plaga de la guerra dos